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4 minutes Guía de buenas prácticas para medios de comunicación y profesionales de la información
Resumen
Los medios de comunicación han alcanzado en nuestra sociedad una importancia capital como agentes de socialización, hasta el punto de que lo que no aparece en la prensa queda fuera del campo de atención de la opinión pública y se vuelve “invisible”. De allí la importancia de que los profesionales de la información sean cada día más concientes de lo que implica informar sobre temas como el abuso de alcohol y el consumo de otras drogas, y estén mejor preparados para hacerlo.
Existe una tendencia a abordar con cierta superficialidad el problema de las drogodependencias. En el tratamiento de la información, por regla general, suele primar la vertiente jurídico-policial frente a la socio-sanitaria y la de la salud.
La visión parcial o “descontextualizada” del consumo de drogas puede contribuir a confundir y a agravar el problema. Por ello, resulta preciso extremar el rigor en el lenguaje y en el tratamiento de los datos, verificar la fiabilidad de las fuentes de información y evitar minimizar el riesgo del consumo esporádico de drogas y abuso de alcohol, ya que eso contribuye a “normalizar” su uso social.
Tomar postura en el problema del abuso de alcohol y la drogadicción no tiene por qué afectar a la neutralidad, la imparcialidad y la veracidad de los profesionales de la información. La información sobre drogas no debería plantearse en términos de qué se debe o no se debe contar, sino de cuál es la forma más adecuada de explicar lo que sucede.
La Guía ofrece un decálago general para periodistas que cubren temas relacionados con consumo de drogas. Algunos parágrafos de dicho Decálogo son:
Existe una tendencia a abordar con cierta superficialidad el problema de las drogodependencias. En el tratamiento de la información, por regla general, suele primar la vertiente jurídico-policial frente a la socio-sanitaria y la de la salud.
La visión parcial o “descontextualizada” del consumo de drogas puede contribuir a confundir y a agravar el problema. Por ello, resulta preciso extremar el rigor en el lenguaje y en el tratamiento de los datos, verificar la fiabilidad de las fuentes de información y evitar minimizar el riesgo del consumo esporádico de drogas y abuso de alcohol, ya que eso contribuye a “normalizar” su uso social.
Tomar postura en el problema del abuso de alcohol y la drogadicción no tiene por qué afectar a la neutralidad, la imparcialidad y la veracidad de los profesionales de la información. La información sobre drogas no debería plantearse en términos de qué se debe o no se debe contar, sino de cuál es la forma más adecuada de explicar lo que sucede.
La Guía ofrece un decálago general para periodistas que cubren temas relacionados con consumo de drogas. Algunos parágrafos de dicho Decálogo son:
- Todas las drogas tienen efectos perjudiciales para la salud. Calificarlas como “duras” o “blandas” no refleja la realidad y sólo contribuye a incrementar la confusión sobre sus efectos. Por la misma razón, tampoco deberíamos referirnos al alcohol y las drogas, sino al abuso del alcohol y otras drogas o al tabaco y otras drogas, por mucho que éstas sean sustancias legales.
- Evitar banalizar el consumo experimental de drogas. Restarle importancia a cualquier forma de consumo de drogas contribuye a “normalizar” su uso. Todas las personas que desarrollan una drogadicción empiezan consumiendo una sola dosis. El efecto magnificador de la información sobre los efectos supuestamente “divertidos” e “inocuos” del consumo ocasional de drogas puede provocar curiosidad por experimentar entre los más jóvenes y, dada la heterogeneidad de los ciudadanos a quiénes se dirigen los mensajes, también puede generar alarma social entre los adultos. Las informaciones que advierten de los peligros potenciales de las drogas, especialmente cuando se trata de nuevas sustancias, deberían acompañarse de la opinión de profesionales que puedan contextualizar sus efectos.
- El lenguaje (oral, escrito o visual) no es inocente y juega un importante papel en la transmisión de valores.
Los medios de comunicación han alcanzado en nuestra sociedad una importancia capital como agentes de socialización, hasta el punto de que lo que no aparece en la prensa queda fuera del campo de atención de la opinión pública y se vuelve “invisible”. De allí la importancia de que los profesionales de la información sean cada día más concientes de lo que implica informar sobre temas como el abuso de alcohol y el consumo de otras drogas, y estén mejor preparados para hacerlo.
Existe una tendencia a abordar con cierta superficialidad el problema de las drogodependencias. En el tratamiento de la información, por regla general, suele primar la vertiente jurídico-policial frente a la socio-sanitaria y la de la salud.
La visión parcial o “descontextualizada” del consumo de drogas puede contribuir a confundir y a agravar el problema. Por ello, resulta preciso extremar el rigor en el lenguaje y en el tratamiento de los datos, verificar la fiabilidad de las fuentes de información y evitar minimizar el riesgo del consumo esporádico de drogas y abuso de alcohol, ya que eso contribuye a “normalizar” su uso social.
Tomar postura en el problema del abuso de alcohol y la drogadicción no tiene por qué afectar a la neutralidad, la imparcialidad y la veracidad de los profesionales de la información. La información sobre drogas no debería plantearse en términos de qué se debe o no se debe contar, sino de cuál es la forma más adecuada de explicar lo que sucede.
La Guía ofrece un decálago general para periodistas que cubren temas relacionados con consumo de drogas. Algunos parágrafos de dicho Decálogo son:
Existe una tendencia a abordar con cierta superficialidad el problema de las drogodependencias. En el tratamiento de la información, por regla general, suele primar la vertiente jurídico-policial frente a la socio-sanitaria y la de la salud.
La visión parcial o “descontextualizada” del consumo de drogas puede contribuir a confundir y a agravar el problema. Por ello, resulta preciso extremar el rigor en el lenguaje y en el tratamiento de los datos, verificar la fiabilidad de las fuentes de información y evitar minimizar el riesgo del consumo esporádico de drogas y abuso de alcohol, ya que eso contribuye a “normalizar” su uso social.
Tomar postura en el problema del abuso de alcohol y la drogadicción no tiene por qué afectar a la neutralidad, la imparcialidad y la veracidad de los profesionales de la información. La información sobre drogas no debería plantearse en términos de qué se debe o no se debe contar, sino de cuál es la forma más adecuada de explicar lo que sucede.
La Guía ofrece un decálago general para periodistas que cubren temas relacionados con consumo de drogas. Algunos parágrafos de dicho Decálogo son:
- Todas las drogas tienen efectos perjudiciales para la salud. Calificarlas como “duras” o “blandas” no refleja la realidad y sólo contribuye a incrementar la confusión sobre sus efectos. Por la misma razón, tampoco deberíamos referirnos al alcohol y las drogas, sino al abuso del alcohol y otras drogas o al tabaco y otras drogas, por mucho que éstas sean sustancias legales.
- Evitar banalizar el consumo experimental de drogas. Restarle importancia a cualquier forma de consumo de drogas contribuye a “normalizar” su uso. Todas las personas que desarrollan una drogadicción empiezan consumiendo una sola dosis. El efecto magnificador de la información sobre los efectos supuestamente “divertidos” e “inocuos” del consumo ocasional de drogas puede provocar curiosidad por experimentar entre los más jóvenes y, dada la heterogeneidad de los ciudadanos a quiénes se dirigen los mensajes, también puede generar alarma social entre los adultos. Las informaciones que advierten de los peligros potenciales de las drogas, especialmente cuando se trata de nuevas sustancias, deberían acompañarse de la opinión de profesionales que puedan contextualizar sus efectos.
- El lenguaje (oral, escrito o visual) no es inocente y juega un importante papel en la transmisión de valores.
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